domingo, 31 de mayo de 2009

Sobre La Gaviota. Traducción Rene Portas




Petersburgo, 7 de noviembre de 1896.

(del sitio web de René Portas)

Muy estimado Antón Pávlovich.
A usted, acaso, le asombre mi carta pero yo1, a pesar de que me ahogo de trabajo, no puedo resistirme al deseo de escribirle con motivo de su Gaviota, que finalmente encontré tiempo para ver. Yo oí (de Sávina2), que la actitud del público hacia esa pieza lo afligió mucho a usted… Permita pues a alguien de ese público -acaso un profano en la literatura y el arte dramático, pero conocedor de la vida por su práctica de servicio-, decirle que le agradece por el placer profundo que le ha brindado su pieza. La Gaviota es una obra fuera de serie por su intención, por su idea novedosa, por su meditativa observación de las situaciones mundanas. Es la vida misma en la escena, con sus uniones trágicas, su irreflexión elocuente y sus sufrimientos silenciosos, es la vida cotidiana, asequible a todos y casi no entendida por nadie en su interna ironía cruel, una vida tan asequible y cercana a nosotros, que por instantes olvidas que estás en el teatro, y te sientes capaz de participar en la plática que sucede ante ti. ¡Y qué buen final!, qué realmente mundano el que no ella, la gaviota, se quita la vida (lo que seguro le obligaría a hacer un dramaturgo ordinario, que apuntara al lagrimeo del público), sino un hombre joven, que vive en un futuro abstracto y “no entiende nada”, por qué ni para qué sucede todo alrededor. Y el que la pieza se interrumpe súbitamente, dejando al espectador terminar de dibujarse él mismo el futuro –nebuloso, lánguido e indefinido- me gusta mucho. Así terminan o, mejor dicho, se interrumpen las obras épicas. Yo no hablo de la actuación, en la que Komissárzhevskaya está maravillosa, y Sazónov y Písariev, como me parece, no entendieron sus papeles, e interpretan no a quienes usted quería representar.
Usted, acaso, de todas formas, se encoja de hombros con asombro. ¿Qué asunto suyo es mi opinión, y para qué yo escribo todo esto6? Y mire para qué: yo lo quiero a usted por esos instantes de inquietudes espirituales, que me brindaron y me brindan sus obras, yo quiero, de lejos y a la ventura, decirle una palabra de simpatía que, acaso, usted no necesite en absoluto.